Dulce
memoria de un jeepero
Valentina Rangel
Hundido entre inmensas montañas, en la pálida
tarde Don Fausto Regresa a su añorado
pasado donde sus pensamientos se hunden
tras de un volante. Su recuerdo transita en la niebla luchando por
aceptar que ha pasado el tiempo y que sus hilos de plata y surcos en su cara
son los estragos de su vida agitada.
Ahora, en su garganta crecen sordos los
gritos por contar su historia manchada de un motor tosco que dejo sus manos
ajadas de tanto trabajo. Su rostro expresivo curtido por mil soles y las
estrellas iluminando el valle lo incitan hablar de su pasión pecadora.
Pinta
una sonrisa desolada y dice:
“Tengo un alma postrada ante el recuerdo de
una pasión que perturba mi calma cuando muere el día sobre mi espalda”.
Estoy aprendiendo a morir a orillas de mi
dulce memoria, Yo regreso todos los días a mi niñez extrañando los caminos
marcados por cada grano de café , llevando en mi corazón el movimiento tosco de
miles de carros, es allí donde se me quiebra el tiempo entre las manos.
Y aun así solo míos fueron los días de climas
extrovertidos, silencio sano y oxigeno puro donde me concentre en el paraíso
del volante, con los jeep alimente mis noches y mis días, desvele mis sueños jugué
con agujas inquietas, dos palancas, luces fugaces la doble y el bajo.
Morían las noches y las madrugadas florecían
y el sol aun no había salido de su cascaron, yo calentaba el motor, y con una
chispa de satisfacción que me encendía el alma arrancaba mi fugaz pasión, que
me acompañaba incondicionalmente, incluso con más fuerza de trabajar en los
días grises que rebelaban las carreteras.
El tiempo nunca se detenía y el camino fue
testigo de las manchas rojas del atardecer causadas por hombres uniformados del gobierno y los
muertos se perdían en los diarios. Solían ser livianos. Yo prefería mi silencio
que una tumba.
Pasaba noches enteras desnudando el motor,
alistando el liquido de frenos, revisando que todo estuviera en su lugar para
volver a madrugar, y sentir la neblina o contemplar el esplendoroso paisaje
donde se iluminaba cada racimo de plátano verde biche que combinaba perfecto con el azul claro de el
cielo que a de parecerme infinito.
Madrugaba puntualmente a recorrer mis rutas
asignadas y cuando terminaba mi jornada
diaria, regresaba al cuadradero donde doña Anita me gritaba desde el fondo Saaaaangre yucaaaaa, veni por tu café. El
aroma suave y colado me retenía y terminaba de morir el día perdiendo mis
pensamientos en los sorbos de un café.
Doña Anita me solía decir sangre yuca, por mi
piel blanca y rostro de aspecto fantasmal, la gorda era imprudente y bajo su
inmensa piel no guardaba grasa si no chistes. Olía a jazmín, utilizaba un
labial verde y cuando estaba triste comía por veinte, (parecía que todos los
días estaba triste).
Después de los buenos cafés de doña Anita, yo
regresaba a mi hogar abría la puerta y el piso rechinaba porque la tabla no
estaba bien puesta. Cierta bella humildad se transpiraba, y escuchaba a mi
madre en su caminador dar cada paso con delicadeza para no dañar aquellas uñas
tan largas, que denotaban los años sin arreglar, la causa de esto pudo ser su
falta de vista o audición. Ella solo se preocupo por envejecer, se encontraba
en un silencio apacible y yo me reencontraba con mi cama donde estaba
floreciendo la noche y la madrugada aun seguía en su siesta.
Así se fue consumiendo el tiempo de don
Fausto, los minutos jugaron con sus horas y sus horas con sus días, hasta ser
arrebatada su pasión de sus manos ajadas. Se fueron agotando sus momentos y
comenzó a caminar lento, añorando un infarto como su adiós final y ahora sus miembros
se sacuden en un ataúd de madera pensando en que no le dijeron cuando ya no
puede escucharlos, su deseo se concedió don Fausto murió, que en paz descanse.
Hoy es 21 de Octubre hace poco más de tres días Don Fausto se fue, a él
Agradecimientos por su incondicional ayuda para escribir sobre él.
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